Cuando miro hacia atrás y recuerdo cómo era tener amigos de los que importan antes de Whatsapp, correo push o mensajería instantánea 24/7 en la palma de mi mano siempre recuerdo a Luis y Alfredo, los amigos que me volvieron el meganerd que soy hoy en día y que a pesar de vivir casi al lado y tener messenger corriendo 24/7 en nuestros respectivos computadores siempre era mas cálido ir a verlos a la hora en que cerraban el ciber café que tenían para conversar de la vida y el amor mientras jugábamos Unreal Tournament o similares.
Con el paso de los años perdimos contacto ya que el ciber café cerró, uno de ellos se fue a vivir a Europa y el otro es un padre soltero ejemplar que lo da todo por sus hijas. Casi no nos vemos y los mensajes por Facebook o MSN siempre son para pedirnos hardware o cosas muy banales, pero cuando nos topamos en la calle se mantiene la misma magia de siempre y podemos hablar hasta insolarnos de cómo nos ha tratado la vida y qué esperamos para el futuro.
Si bien a medida que pasa el tiempo me vuelvo más y más ñoño he tratado de no cruzar ciertas líneas como preferir conversar un problema a través de Gtalk en vez de hacerlo con un par de leches con chocolate cervezas y vodka. De Alfredo y Luis no me he olvidado pero nuevos proyectos me han hecho descubrir gente extremadamente valiosa que considero de mis amigos de verdad. Esos con los que puedes hablar de lo que sea y a la hora que sea, ya que para ellos nunca hay un pero para levantar al amigo falto de ánimo y aliento.
Entre Whatsapp, Nimbuzz y el proveedor de correo push de turno tuve el agrado de volverme uña y mugre con más de alguno y conversar desde el último lanzamiento tech al color, tamaño y olor de los topos que soltábamos al hacer un #2 en el baño. En ese punto todo iba bien, hasta que me dí cuenta de que quería dejar de lado el teléfono para hablar cosas serias con los amigos y necesitaba hacerlo cara a cara.
Los años de retweets, me gusta, +1 y respuestas monosílabas sobre mensajería instantánea habían cobrado su precio. Mis nuevos amigos eran incapaces de mantener una conversación personal en persona. No sé si el pasar años esperando un pop-up en una pantalla que actúa como señal mental para que comiencen a pensar o el hecho de tener que bajarle las revoluciones al multitasking debido a la atención exclusiva que uno solicita los descoloca pero me apenó mucho ver cómo una herramienta tan bonita como la mensajería instantánea podía causar tanto daño insensibilizando a sus usuarios.
Querer culpar al Internet por siempre buscar formas más reales de conectarnos es tentador, lo sé, pero eso sería culpar al síntoma y no la enfermedad. Creo que en esta constante revolución donde todos estamos en una carrera por responder la mayor cantidad de tweets o ser parte de los grupos más relevantes de Facebook ha hecho que la gente piense mas que nunca en la cantidad y no la calidad de sus interacciones sociales.
¿Creen ustedes que el estar hiper mega conectado atrofia las capacidades sociales de la gente o la sobre exposición a las fallas (y virtudes) de quienes se relacionan con nosotros simplemente hacen más obvias cosas que en el pasado quizás no teníamos manera de saber?
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